El Arca de Noé en Holanda. Un proyecto de Johan Huibers

Alejandro Cernuda

No se necesita pareja para entrar

Por qué nadie lo había hecho antes, y si aún le quedan a la gente otras obras que inventarse, de las que ya están dentro de las posibilidades. El Arca de Noé pasó silenciosa por el canal de Delfzijl, ante nuestros ojos, y los que saben de mar no pudieron evitar el comentario aprobatorio sobre la pericia de los dos pilotos que guiaron semejante cajón… Y yo: Cómo es posible que nadie antes se gastara un par de millones en este negocio seguro: Johan Huibers lo hizo, presa de un sueño de veinte años atrás y un arrebato de esos que, si no logras tu objetivo, cuando menos sales con el cartel de ser un enfermo de autismo.

Asegura el dueño, pese a tener una empresa constructora, que en su ímpetu de imitar a Noé, utilizó solo la mano de obra de su familia y algunos amigos. Las medidas, aunque discutibles y discutidas, son al menos en proporción las descritas por la Biblia: 300 codos de largo (135 metros), 50 codos de ancho (22.5 metros), 30 codos de alto (13.5 metros). Si bien en los libros sagrados se habla de la utilización de ciprés para la construcción, Huibers optó por el pino de Dinamarca, y bueno, los animales son de plástico… porque no todo puede ser rigor en la vida ni todos nos llamamos Thor Heyerdahl y está de moda poner una de cal y una de arena en estas empresas. Huibers soñó con el diluvio y el arca veinte años atrás, se levantó de la cama y su primera acción fue ir a comprar un libro sobre este tipo de embarcaciones, así comenzó todo. En 2007 echó a los canales de Holanda su primer proyecto: un arca más pequeña pero que en menos de tres años logró atraer a 600 000 visitantes y sufragar los gastos de esta idea aún más completa. 

Arca de Noé. Holanda

Arca de Noé de Johan Huibers, atracada en el muelle de Delfzijl. Países Bajos

El interior está lleno de peligrosos animales de plásticos (11000 euros por cada elefante) y de inofensivos pollos y conejos de carne y hueso. Huibers ha logrado el permiso marinero de viajar con su arca por aguas internacionales y por tanto planea mostrar su museo en varios países de Europa. Desde que su proyecto cobró vida, en vísperas de las olimpiadas de 2012, y pese a que ciertas ordenanzas le impidieron navegar por el Támesis, como era su intención, la noticia del arca corrió por todo el país y hoy recibe casi 3000 visitantes por día.  

En el año 2010 una expedición conjunta pretendió haber encontrado en el monte Ararat (Turquía) ciertos restos del arca original. En aquel momento se pensó que la noticia iba a sacudir el mundo y dar por fin una prueba válida de tan llevado y traído asunto, pero como suele suceder al final de toda especulación de este tipo, la noticia se diluyó entre el escepticismo y el poco ímpetu de los descubridores para darle a su evento un carácter científico más allá de las pruebas del carbono 14. Hoy se demuestra algo más profundo en lo válido de cualquier creencia, y es que su destrucción o permanencia no depende de una lucha entre dos ideas, sino de la cantidad de alma que se pone en alguna de ellas. 

Alejandro Cernuda junto a la escultura de madera de Noé

Alejandro Cernuda junto a la escultura de madera que representa a Noé a la entrada del arca de Johan Huibers

El arca de Huibers es un negocio redondo, no se le oculta a nadie, pero él –amén de otros proyectos aún más audaces- ha dejado claro en todo momento el significado religioso de su empeño. Para él, hombre de firmes creencias, su Arca de Noé no es más que una advertencia al mundo del pacto entre Dios y los hombres, del arcoíris que advierte. Un arca para insinuar sobre inundaciones, en el país que más sabe al respecto, que más teme. Y esta jirafa, que mira al porvenir donde ya estamos acostumbrados a pensar en Kate Winslet, es más que varios miles de euros invertidos en un trozo de plástico de cuello largo. 

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