Bolsa azul y barrio rojo.

Alejandro Cernuda



Pensé esperarlo en la esquina del Barrio Rojo y ahorrarme el dinero que me dio para pagarle a Vivianne. Pero era una cuestión de honor. Uno no puede andar por ahí pensando el en mañana todo el tiempo. 

No la podía besar y se asustó un poco cuando le propuse que me dejara hacer otras cosas a cambio de un poco más de dinero. No hago nada extraño, me advirtió. Sólo quiero besarte, le dije, y le señalé las tetas de silicona. Y ella sonrió agradecida de que el dinero gastado en la operación se pagara con ese poco de ansiedad en los clientes. Vale, me dijo. Si me pagas más. Pero yo no tenía. 

Un poco antes estaba tratando de dormir la borrachera, o mejor, el cansancio enfatizado por el Chivas y las cervezas. Entonces el coreano entra y me hace el gesto con la mano. Se golpea el túnel del puño con la palma de la otra mano. Me dice: Woman? Y luego una retahíla de palabras que no comprendo pero sé de qué me habla. 50 euros, le digo, pero hay que ir hasta la ciudad. Al Barrio Rojo. Y yo no tengo dinero. 

Ahora está comiendo frente a mí, mientras escribo. Es como esas veces que espiamos a alguien. Come igual que los otros, a dos carrillos. Pescado, pan, mermelada de frambuesas, ajo –lo come todo con grandes cantidades de ajo crudo- y lo que queda de la botella de Chivas Regal. Cuando llegó anoche parecía más tímido, con sus espejuelos de marco grueso, su maleta de ruedas y la bolsa azul reglamentaria. 

Hace cuatro horas que le bajamos las bragas a la botella de Chivas Regal. Estábamos todos los de la casa pero solo él y yo bebimos. El somalí se excusó con su diabetes, uno de los chinos porque solo toma antes de acostarse por las noches, los demás dijeron cualquier cosa. Yo tampoco quería, pero nobleza obliga 

Por la noche cuando nos bajamos del tren y al menos yo un tanto decepcionado de las putas del Barrio Rojo… Y él me miró dudando porque no era la misma estación de la que partimos y luego se puso a mirar las estrellas. ¿Te duele el cuello? Le pregunté. El coreano me dijo: Stars, aunque no había tantas. Era como todas esas noches de un día muy frío y tan cerca del mar se entiende de verdad lo que nos enseñaban en la escuela de los cambios de temperatura. 

Anoche puso la bolsa azul reglamentaria al pie de la cama y se fue al cuarto de uno de los chinos. Estuvo siete años preso en ese país y habla bien el idioma. Y ya le dije, Hong, por qué carajo no te metieron preso en Inglaterra, a ver si nos entendemos. Pero la bolsa azul ahí, y él demoró en tender la cama porque es muy conversador en chino. 

Me llamo Vivianne, ¿y tú? me dijo la puta húngara. Con apenas veinte años se había tomado el trabajo en serio. Tetas de silicona que no perdió tiempo en exhibir luego de correr la cortina, fue así, un gesto sospechoso, correr una de esas ya emblemáticas cortinas rojas del barrio rojo y quitarse el sostén, rojo también. Fabulosa silicona, y la piel con más radiaciones ultravioletas que las permitidas por el hoyo en la capa de ozono. Me llamo Alejandro Cernuda, pero puedes decirme El Cliente. 

Money no problema, me dijo. Que él pagaba por los dos. Ya yo sabía que fue campeón de Judo antes de ser militar en Corea del Norte, pero le dije Mira, coreano de pinga –en español en el original- llevo seis meses sin mujer. Si me haces ir hasta Groninga y no me pagas voy a ahorrar fuerte para comprarme un bate. No problema, no problema, me dijo. Y nos fuimos al Barrio Rojo. 

Cuando abrió la bolsa azul reglamentaria estaba llena de revistas viejas y papeles. Creo que de verdad llegó a pensar que esa era la cobija que le asignaban. Yo no pude aguantar la risa. Después le pareció una broma pesada pero yo sabía que era solo un error. Fue hasta la recepción y lo seguí con la bolsa. Estaba encabronado, con una ausencia total de sentido del humor. Le dieron la bolsa pero no aceptó las disculpas de la mujer 

Son cincuenta euros, me dijo Vivianne, mamada y sexo. Tienes veinte minutos. Lávate las manos y la verga ahí. Me señaló el lavamanos. Pero yo no podía dejar de mirar sus senos. Ella lo sabía, lo saben todo acerca de su trabajo. Y de los tipos como yo que vienen al Barrio Rojo por la fama, lo saben todo de esos que pasan despacio en autos de lujo, saben de los proxenetas, saben de sus derechos, de la policía, saben de los estudiantes que fuman marihuana esa noche iniciática que logran escaparse de los amigos con los que otros días han recorrido estas calles con una mezcla de curiosidad e indiferencia artificial. 

Este coreano ronca como un cerdo y hace, también como el mismo cerdo, el rechinar de los dientes, propio de cuando los cerdos tienen parásitos. Habla dormido. Es una mezcla, un catálogo, de todos esos pecados nocturnos. Y yo seré su sufridor, Dios sabe por cuánto tiempo. Igual está cansado esta noche y luego de zamparse el pescado y el Chivas se va a la cama. Yo abro una cerveza y pienso en Vivianne. 

Chica en el barrio rojo.

Chica tras la vidriera en el barrio rojo de Ámsterdam

Cubano, y ¿cuándo vas a Cuba? Yo soy de Hungría y voy todas las vacaciones. Julio y agosto. ¿Cubano? Yo veo la televisión. Fidel Castro, me dice para demostrarme sus conocimientos. Está viejo, la prevengo. Ella procura no mirarme desnudo, se comporta con naturalidad, es tan profesional que me pone el condón sin que se me haya puesto dura la verga. De verdad yo no sé qué debo hacer ni tengo mucho interés. Pienso en mi socio coreano al otro lado de la pared. Con una rubia que eligió sin elegir. Solo entró y ya. De daba lo mismo cualquiera. 

Varias veces me preguntó si era una hora de camino hasta la ciudad. Me explicó también que venía de un viaje largo. ¿Si tienes mujer en Londres, y dos hijos, por qué no te quedaste allá? Estuvo dos meses en Inglaterra. Tiene allí una niña de diez años y otra de un. Su mujer tiene nacionalidad inglesa, podría haberse quedado, pero me dice que no soporta las islas. No puede vivir en los países que no tienen fronteras terrestres. 

Nos bajamos del tren en otra estación porque siempre lo hago cuando regreso de noche. El coreano se dio cuenta y me preguntó un poco antes de mirar las estrellas y luego la luna. Moon, me dijo. Te vas a poner romántico ahora, luego de cogerte una puta. Entonces yo pensé en Vivianne, porque de verdad era una puta hermosa, húngara y artificial. Algo entre una muñeca de plástico y una chica que podría ser la novia de cualquier joven. Entonces el coreano me dijo. Cuba. ¿Che Guevara? Y yo le dije que ese estaba muerto, y seguimos caminando. Y luego pensé que si Vivianne no tuviera su poco de silicona y su radiación ultravioleta. Si esa chica húngara fuera la novia de algún joven educado, habría corrido el riesgo de no estar conmigo, pero se había salvado de eso. 

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