El mundo según Van Gogh

Alejandro Cernuda



Estuve con Civi en el museo de Van Gogh, que no es sólo un lugar para ver sus obras, sino el mejor sitio en el mundo para intentar desenredarle el pensamiento a este pintor holandés. En Ámsterdam, la ciudad donde fue ignorado mientras que en París no se proclamó su nombre como el de uno de los pintores más importantes del siglo. Lo mismo que a Borges ciego en la Ciudad Luz, cuando las colegialas hacían filas para besarle mientras que en Buenos Aires se daba el lujo de pasear de incógnito.

Vincent pudo vivir su gloria, como lo hicieron algunos de sus contemporáneos. La notoriedad llegó a sus oídos cuando ya le podían más sus alucinaciones. Pasó de quienes trataron de encaminar su vida en un sentido práctico.

El mundo según Van Gogh era un poco más simple y a la vez inescrutable. Lo es aún hoy.

Algunos cuadros

No se puede, ni vale la pena, tratar de entender el mundo de Van Gogh sin hacer breve inventario de alguna de sus pinturas más importantes. Cierto es que abarcarlas todas sería un trabajo imposible para un artículo. Nuestro pintor holandés creó cerca de tres mil obras de arte, de las cuales, la mayoría puede encontrarse en un par de museos.

Playa de Scheveningen con el agua en calma. Agosto de 1882

Scheveningen. Vincent Van Gogh

Uno de los varios cuadros pintados por Van Gogh, donde el motivo es la vida de aquellos años en la playa de Scheveningen, en La Haya, Holanda.

También tiene una versión de esta playa en tiempo de tormenta. Fue la época en que Van Gogh comenzó a pintar con oleo y acuarelas estuvo en concubinato con una prostituta alcohólica con las implicaciones venéreas que lo llevaron a ingreso en el hospital

Mujer sentada en la hierba, 1887

Mujer sentada en la hierba. Vincent Van Gogh

Mujer sentada en la hierba. Cuadro de Vincent Van Gogh, pintado en 1887. Colección privada en Nueva York.

Vivir en París era barato en aquel tiempo. Y más si se tiene un hermano con un buen trabajo.

En 1886 Vincent se mudó de Amberes a la Ciudad Luz, entonces conoció a todos esos impresionistas, con los que no comulgó del todo ni tampoco lo quisieron mucho a él. Sin embargo, a su modo peculiar, Van Gogh es uno de los arquetipos del impresionismo. 

La cortesana, 1887

Cortesana. Vincent Van Gogh

Cuadro de Vincent Van Gogh durante su periodo de influencia del japonismo.

En 1868 Japón terminó con un largo periodo de aislamiento y su cultura se abrió al mundo occidental. Esa influencia en Europa fue denominada japonismo. Muchos pintores adoptaron temas y formas del estilo nipón. Toulouse Lautrec, Degas, Renoir y por supuesto Van Gogh. 

Melocotonero en Flor. Vincent Van Gogh 1888

Melocotonero en flor. Vincent Van Gogh

Melocotonero en Flor. Vincent Van Gogh 1888. Museo Kröller-Müller. Holanda

Cuando Van Gogh se estableció en el sur de Francia, en Arles, comenzó la etapa más prolífica de su vida. A falta de modelos parecía espiar a la gente y por tanto sus trabajos se acercaron más a lo cotidiano. Como se puede observar en esta obra, es justa la frase que le escribió a Theo, su hermano. Aquí no me hace falta para nada el arte japonés

Un par de botas, 1886

Botas pintadas por Van Gogh

Van Gogh compró este par de botas en un mercado de segunda en París, caminó con ellas por el barro y el agua y luego las pintó.

Esta naturaleza muerta con zapatos es parte de seis cuadros que nuestro pintor hizo acerca del mismo tema. En algún lugar Van Gogh se definió a sí mismo como un pintor de campesinos. Luego hasta Heidegger especuló en un ensayo sobre la propiedad de estos zapatos según él pertenecientes a una campesina- Otros dicen que son zapatos de ciudad y no de campo. En fin, hasta que Derrida planteó en otro ensayo la asexualidad de estos zapatos y ya ven ustedes, como lo simple puede generar tal contradicción, o esa duda terrible a que nos expuso la observación profunda del connotado filósofo, pues según él estos zapatos no son pareja y aun ambos son del mismo pie. 

Cuadros con girasoles

Girasoles. Vincent Van Gogh

Mientras esperaba la visita de Gauguin, el pintor holandés, hizo una serie de cuadros donde los girasoles eran el motivo principal.

De quince girasoles hay tres cuadros y con doce pintó dos. Todos en Arles, y uno de ellos tal vez este- para decorar la habitación de Gauguin en aquella famosa visita. En 1987 el magnate japonés Yasugo Goto compró uno de estos cuadros por un poco menos de 40 millones. Las obras de Van Gogh se encuentran entre las pinturas más caras del mundo.

Autorretrato con oreja vendada, 1889

Autorretrato. Van Gogh

Autorretrato con sombrero gris, de Vincent Van Gogh

Fue en Arles donde Van Gogh perdió el lóbulo de su oreja. Aprovechó entonces para hacer este cuadro que hoy se encuentra en una galería de Londres. A consecuencia de su crónica falta de dinero y por tanto la imposibilidad de contratar modelos, el pintor realizó más de treinta autorretratos. Y también por la inopia hoy se ha comprobado que recicló muchos lienzos.

Campo de trigo con cuervos, 1890

Campo de trigo con cuervos. Vincent Van Gogh

Campo de trigo con cuervos. Pintado en 1890. Hoy en el museo de Ámsterdam.

Este es el cuadro que más me gusta del pintor holandés, tanto como a otros, no me cabe duda. Trastornado ya, recluido a voluntad en un sanatorio. Loco casi, como Nietzsche aquella vez que le habló al caballo en Turín. El juego de la perspectiva invertida, sin embargo, hace de esta obra algo genial. Nótese que es un solo azul, dos amarillos, tres rojos y cinco verdes. 

Espacios donde encontrar a Van Gogh

De vez en cuando se ve en las noticias la publicidad de una que otra exposición virtual de las obras de este pintor holandés. Sus colores, pinceladas y alucinaciones van bien con las nuevas técnicas aplicadas a las imágenes.

Siempre se puede encontrar algún cuadro de Vincent Van Gogh en remotos lugares. Aún quedan algunos en manos privadas y han llegado hasta Japón. En el museo d’Orsay en París cuelgan varios en el contexto de los artistas de su época. Allí se puede entender de qué iba la pintura, tal vez en uno de sus momentos más grandes.

Para Vincent, sin embargo, hay dos lugares, además del museo de Ámsterdam, que son de imprescindible entendimiento. Uno de ellos es el parque natural y museo Kröller Müller, también en Holanda, donde habita la segunda colección más importante. Quien lo visite podrá, además, conocer otros artistas y disfrutar, tal vez, del espacio más comprometido con el espíritu del pintor holandés y la propia naturaleza. El parque se puede recorrer en bicicleta, alquilada allí mismo. Se puede disfrutar de una merienda campestre y pasar un día estupendo.

El otro espacio importante, donde apenas queda más que su espíritu, es Arlés, en la Provenza. El sitio donde paradójicamente Van Gogh fue menos querido en su tiempo, donde se colgaba velas en el sombrero para pintar de noche y asustaba a los habitantes. Donde se firmó una carta conjunta para expulsarlo. Donde pintó ese magnífico cuadro del Café que hoy es decepción para aquellos turistas que quieren hacerle una foto y lucha diaria por quienes pretenden devolverlo a su imagen de antaño.

Café de Arlés

El escenario del famoso cuadro del Café en Arlés. Hecho por Vincent Van Gogh. Como si la antigua ciudad, a la que tanto le ha dado, no se cansase de renegar de aquel loco extranjero.

Vincent dejó huellas de su paso por distintos lugares de Europa, como se puede ver en los oficios que tuvo antes de ser pintor. Su vida no exenta de contradicciones y la incomprensión de sus semejantes es hoy orgullo de los lugares donde se puede atestiguar su presencia. Ver La casa donde vivió en Londres.

Vagones de ferrocarril y Jacques Ducet

El cuadro con vagones de ferrocarril bajo un cielo esmeralda y debajo la hierba en tonos verde amarillos fue por mucho tiempo la única obra de Vincent van Gogh en La Provenza, región donde paradójicamente el pintor holandés concibió más de doscientas obras y vivió su etapa más productiva. Donde pintó la única tela que logró vender (La viña roja) y también donde sus oídos de alucinado escucharon aquellos lejanos rumores de fama que venían de París y a los que no dio la menor importancia.

Qué diferencia de percepción, de vida, al momento en que llegó a La Provenza, según él huyendo del frío y según otros por consejos de pintores en ese tiempo residentes en París. Mucha diferencia a este tren esperanzado, tal vez el mismo que lo trajo, son sus últimas obras, alienado ya y cada vez más continuamente.

Si bien -yo mismo lo he hecho antes- se ha hablado de la resistencia contra la nada de un pintor que no logra vender, que apela a sacrificar sus telas, vendiéndolas en pocos céntimos para que otros artistas las reutilicen; lo cierto es que en el último instante de su vida, algo más se pudo hacer en un sentido comercial. Fue el propio Vincent quien prohibió a su hermano Theo la venta de sus obras.

Lo anterior puede no tener sentido si hablamos de Vagones de ferrocarril, pero al menos servirá para ilustrar que todo el trabajo de Vincent iba de Arlés, tal vez en ese mismo tren, a París, donde su hermano las conservaba celosamente. La muerte, también prematura de Theo, sólo seis meses después que su hermano, puso en manos de su esposa un tesoro que en ese momento nadie podía calcular. Sólo después que París, como recién despierta de un sueño, descubrió los trabajos de Van Gogh, fue que comenzó la dispersión de su obra.

La mayor parte de ella y aun sus papeles personales, fue a parar a Holanda y conforma el patrimonio de lo que es hoy el Museo Van Gogh, otra importante fue adquirida por el matrimonio Kröller Müller y se encuentra también en Holanda. Lo demás está perdido, destruido, en colecciones privadas o en uno que otro museo.

Fue entre esos colectores privados que Vagones de ferrocarril encontró su sitio, en manos de Jacques Ducet. Hombre polémico, llevó la moda al espigón más algo: la ostentación. Sus diseños color pastel eran más que comprados sorbidos por la alta sociedad. No había princesa ni duquesa en la Europa de su época que no contara en su armario con algo de este diseñador; y las actrices, ah ellas: Sarah Bernhardt, La Bella Otero (aquella bailarina española del poema de José Martí), Liane de Pougy

Fue Jacques Ducet quien inventó los desfiles de moda de estación, donde la ropa por fin se exhibía sobre personas y no sobre maniquíes. Hoy sus vestidos son difíciles de encontrar, salvo en un par de museos

En 1874 conoció a Edgar Degas y con esta amistad comenzó su pasión por el arte y el coleccionismo. Compró obras de su amigo, de Sisley, Monet, Cezanne, etc. No sólo pinturas, adquirió muebles, joyas, esculturas. Una colección atendible y representativa de su tiempo; sin embargo, la historia parece llevarlo a lo superficial, cuando el hecho es que Jacques Ducet, como muchos otros coleccionistas de su época jugó un papel importante en la revolución artística de su época. Fue él y no otro quien tiró del bolsillo y compró a Picasso aquellas Señoritas de Aviñón, fue él quien amistó con escritores y artistas y les ayudó cuando nada se vendía. Fue él, fuera del arte, quien compartió su sexto sentido para la moda y formó una generación de diseñadores, tal vez la más grande de Francia.

Vagones de ferrocarril. Vincent Van Gogh

Durante muchos años este cuadro con vagones de Ferrocarril. Museo Ducet. Aviñón. Fue la única pintura de Vincent Van Gogh en la Provenza.

Fue él, en fin, quien formó la importante colección que se cuelga en las paredes o yace sobre pedestales en el museo Angladón de Aviñón. Allí están esos Vagones de ferrocarril.

Al morir Jacques Ducet, en el año 1929, su colección se divide en dos partes, una se la queda la viuda y la otra va a manos de Marie Debrujeaud, nacida Marie Ducet. Al morir la hermana, su hijo Jean Debrujeaud recibe la colección. El espíritu artístico de su mujer Paulette y él lleva a conservar las obras más importantes, pero la vida los abandonó sin descendencia. Antes de morir crean la Fundación Angladon-Debrujeaud y el museo con el objetivo de permitir el mantenimiento de las obras y el acceso al público.

En 1996 el museo Angladon abre sus puertas en el antiguo hotel Massilian de la ciudad de Aviñón.

Procedencia de Vagones de ferrocarril, de Vincent van Gogh   

Quien primero adquirió la pintura fue el desdichado príncipe Alexandre de Wagram. En 1908 se la vendió a Theodore Duret. Un año después, en febrero, pasó a manos de Paul Rossemberg y este judío inglés se la vendió a Jacques Ducet.

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